Nota: El siguiente texto fue una petición de Marc Bernabé* para ser publicado en su blog de Antena 3, aunque acabó perdido en el limbo de los bits. El texto debía publicarse al cumplirse un mes de la tragedia del 11M en Japón y en él explico cual era la situación en Tokio el 11 de abril.
Un mes después
La única cosa excepcional de este día han sido este par de gatitos
Domingo por la mañana en Tokio. Aquí no es el día del Señor y, mucho menos en mi caso, puesto que es el día que más trabajo tengo.
Además de consultor autónomo, traductor ocasional e intérprete esporádico, doy clases de español como lengua extranjera en un escuela de idiomas con tres centros en la ciudad de Tokio. Los estudiantes nipones suelen aprovechar su tiempo libre para cultivar el estudio de nuestro idioma. En consecuencia, los fines de semana mi jornada se alarga considerablemente.
Hoy se cumple un mes del terrible terremoto y el posterior tsunami que azotó la costa del nordeste de Japón, del que ya mucho se ha dicho y contado, aunque en ocasiones, la tragedia humana de la gente que se ha quedado sin casa, o sin familia, ha quedado lamentablemente olvidada para centrarse en temas más “llamativos” que colman las ansias de apocalipsis de un público cada vez más sediento de ver una “película” real del tan traído y llevado fin del mundo del 2012 de los mayas. Este terremoto desencadenó la crisis nuclear de Fukushima de la que no se ha contado mucho sino demasiado y no siempre de manera rigurosa, cayendo a menudo en el sensacionalismo. Pero no me quiero centrar en esta cuestión ahora pues todos hemos tenido ya bastante. Voy a hablar de Tokio y de su normalidad un mes después. Sólo un mes después. Una normalidad aparente o superficial si se quiere, pero que sin duda está mostrando al mundo, la misma cara del pueblo japonés que los que vivimos en Tokio vemos cada día.
Como cada semana, hoy he salido de casa sin desayunar, puesto que me he levantado tarde (la Liga tiene horarios caprichosos en Japón) y, como cada domingo, de camino al metro he entrado en una tienda veinticuatro horas para comprar el desayuno. Hoy ya no estaba el cartel que advertía de que sólo se podían comprar tres botellas de agua por persona.
Me he dirigido al metro, y he subido al convoy de las 11:29 que puntualmente me ha recogido, como las últimas cuatro semanas y como todas las anteriores al seísmo, y he disfrutado leyendo un libro (ventajas de viajar en domingo a mediodía, sin las aglomeraciones típicas de una megalópolis como ésta) durante los once minutos que tardo en llegar a Ginza en la Línea Marunouchi, una línea que no ha interrumpido ni una sola vez su servicio desde que lo reiniciara la noche del mismo día 11 de marzo, unas ocho horas después del terremoto de magnitud nueve.
Ginza es una zona de compras, con numerosas tiendas lujosas y una arquitectura de estilo europeo que podríamos comparar con el Passeig de Gracia de Barcelona. Lo primero que llama la atención es que, incluso aquí, en una zona adinerada y comercial, las medidas de ahorro energético se aplican rigurosamente, si bien hoy ya había algunos carteles luminosos de información del metro que volvían a lucir y nos mostraban orgullosos toda su información (otro de los rasgos típicos de Tokio, ciudad ordenada y organizada donde las haya, en la que todo está explicado y estructurado al milímetro). Otra peculiaridad de Ginza es que los domingos y festivos una de sus calles principales se cierra al tráfico (para facilitar la comodidad de los compradores dominicales, día que suele estar consagrado al comercio, por las mismas razones que pueden estudiar español o ir a jugar al golf: un poco más de tiempo libre) y hoy, por primera vez desde el 11M, han vuelto a poner en el paseo las sillas y parasoles habituales para solaz de paseantes y compradores, los que, por otra parte, no habían faltado a su cita con el dispendio económico ni un domingo.
Durante las clases, normalidad absoluta, con la asistencia habitual rozando el 100%, y así ha sido a lo largo del último mes. Asistencia que no ha sido tan “habitual” entre el personal docente, por lo que tenido que trabajar algunas horas más, sustituyendo a un par de profesores que huyeron a España por la presión familiar ante el alarmismo del que hicieron gala la mayor parte de los medios de comunicación no sólo españoles sino, en general, europeos. Hoy el tema de conversación principal ha sido las elecciones para Gobernador de Tokio que, hasta hoy, habían pasado absolutamente desapercibidas.
Es cierto que ha habido hechos puntuales que no podemos pasar por alto: el ahorro energético, cierta preocupación con la procedencia de algunos alimentos, las limitaciones en la compra de agua o gasolina y, el más notable, la, en palabras de una alumna, “abstinencia” de hanami (la fiesta de ver los cerezos en flor con los amigos mientras se come y se bebe); pero ese árbol no debe impedirnos ver el bosque. Un bosque de normalidad, sin apenas esas malas hierbas de las que advertía la prensa extranjera, llamadas cortes de luz (ni uno en mi barrio), desabastecimiento, caos, miedo o radiación. Las únicas malas hierbas han sido las noticias falsas y desinformación de muchos medios que, incluso han provocado una protesta formal del gobierno de Japón que ha llevado a cabo una recopilación de las barbaridades recogidas por algunos de estos mal llamados periodistas. Y mientras tanto, nosotros seguimos disfrutando de la tranquilidad de parques como el de Yoyogi o el bullicio de zonas como la de Shibuya, con su famoso cruce, icono fotográfico símbolo de la modernidad y que ahora aparece un poquito menos iluminado. Por lo demás, tranquilidad y calma. Bueno, toda la calma que es posible en una urbe de 20 millones de personas pero eso también entra dentro de la palabra más repetida en este artículo: normalidad.
Amadeu Branera
Tokio , 10-11 de abril de 2011
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* El blog de Marc Bernabé se llama Niponadas.