No sé que tienen las obras de Marc Pastor pero siempre despiertan mi creatividad. Después de leer la primera, Montecristo (Ed. Proa, 2007), escribí un pequeño fan fiction en el que cruzaba las aventuras de su protagonista con el MI6 y todo el mundo de James Bond. Para la Mala Dona (Ed. La Magrana, 2008) escribí una canción, una rumba para ser más exactos, que permanece inédita salvo por un par de amigos que la han escuchado. En este caso, después de leer L’any de la plaga (Ed. La Magrana, 2010), la idea fue escribir un ensayo explicando por qué, de ser cierta, la invasión de los eucaliptos empezaría en Japón. Esta idea, la tuve hace ya bastantes meses aunque después de los recientes acontecimientos he decidido retomarla y añadir algunos ejemplos que nos brinda la actual situación.
***Aviso, a partir de aquí el texto incluye detalles sobre el argumento***
¿Por qué los eucaliptos genghiskanensis empezarían su invasión por Japón? La respuesta es sencilla, porque Japón es el país que mejor cumple las condiciones para el triunfo de las malignas plantas. Si analizamos brevemente la novela de Pastor, veremos que los eucaliptos basan su estrategia en tres puntos. Primero, deben ponerse de moda para extenderse geográficamente y ocupar todos los hogares; segundo, las réplicas deben pasar todo lo desapercibidas que puedan, sobretodo las primeras, ya que tienen menos conocimientos y por lo tanto son menos capaces de mostrar empatía; y tercero, necesitan una población obediente dispuesta a seguir las normas y los dictados de sus dirigentes, para conseguir eliminar a los sujetos que no se pueden replicar. Japón cumple a rajatabla las tres condiciones. El autor sin embargo sitúa la historia en Barcelona, y está bien, porque es su ciudad y porque sencillamente puede hacer lo que le plazca. Es cierto por otro lado, que dado el origen de las plantas, Mongolia, en la novela hay referencias a cosas extrañas que suceden en Asia pero no en Japón estrictamente. A continuación pretendo justificar por qué los eucaliptos empezarían por el país del sol naciente.
En primer lugar como he dicho es necesario que las plantas se pongan de moda y así lleguen a todos los hogares. Y, sí, Japón es el país de las modas, quizá el más permeable del mundo a estas epidemias modernas. Así pues, sólo hace falta comprobar como desde que se puso de moda celebrar San Valentín regalando chocolate, Japón ha pasado a ser uno de los principales consumidores de chocolate del mundo, en términos relativos, y que durante los días que preceden al 14 de febrero, se registre casi un 25% de las ventas anuales, que incluyen el “giri-choco” o chocolate que las chicas han de regalar a sus compañeros de trabajo por obligación. Otro ejemplo, es la moda del ignominioso Beaujolais Nouveau, cuyo consumo crece año a año y que ha logrado convertirse incluso en un fenómeno mediático en el país nipón cada otoño. Si los japoneses pueden caer o crear una moda como esta que implica la compra y consumo de tamaño despropósito de vino, ¿qué no podrían hacer con unas inofensivas plantas que además pueden llegar a combatir resfriados y alergias que tanto afectan a los japoneses? Recordando las colas de hasta tres horas y media para comprar una caja de Krispy Kreme Doughnuts® cuando abrieron la primera sucursal en Shinjuku, me puedo hacer una idea.
En segundo lugar y cuando ya tenemos todas las casas decoradas con eucaliptos empiezan las réplicas y en la fase inicial, estas réplicas todavía poco maduras, necesitan pasar desapercibidas para que el plan no fracase. Su principal punto débil, es su incapacidad emocional, pero eso en Japón es relativamente poco importante. No quiero caer en el tópico y decir que los japoneses no lloran o no ríen, que no siente o no sufren, como se ha dicho últimamente en desafortunados artículos periodísticos, los japoneses son humanos y sienten como todos, e incluso muestran algunos sentimientos que para nosotros son ya casi reliquias del pasado, como el sentido del honor o del colectivo. Lo que quiero decir, es que en Japón nadie se sorprende cuando una persona no muestra sus sentimientos, siendo incluso la conducta deseada. Y es esta la clave del éxito de los eucaliptos: no habría ninguna reacción de sorpresa ante la inexpresividad de las primeras copias baratas. Y eso evidentemente, hace mucho más difícil que nadie se percate del problema y ya tenemos que los eucaliptos van ganando dos a cero.
Finalmente, estas plantas del demonio, además de querer suplantarnos a todos, son exigentes y no se conforman con cualquier cosa. Los enfermos no les valen (por presentar taras) y las embarazadas les molestan (ya que no pueden replicar a dos seres vivos), pero estos sujetos son una amenaza. Los primeros porque aún tullidos, terminales, incapacitados, etc., durante un tiempo pueden luchar y convertirse en una amenaza para la supervivencia de los eucaliptos y las segundas, porque en su vientre llevan el futuro de la humanidad. Así pues, es necesario un genocidio programado de estos dos colectivos. En la novela, el mecanismo para reunir a enfermos y embarazadas, es la amenaza de una nueva gripe que exige que los colectivos más débiles se vacunen, y claro dicha vacuna sólo es un camelo para exterminarlos a todos. Pero en la Barcelona de la novela, la gente no está muy por la labor de obedecer, enseguida salen voces desconfiadas y gente dispuesta a llevar la contraria incluso por el simple hecho de llevar la contraria. ¿Pasaría esto en Japón? Rotundamente no. En Japón, el nivel de obediencia de las normas y reglas a veces roza lo absurdo. Basta con acercarse a un cruce en rojo para ver a todos los transeúntes parados aún cuando no haya ni un coche a la vista, o las colas en las escaleras mecánicas para ponerse en el lado adecuado si no se quiere andar, dejando la otra mitad libre para el que la quiera usar. Pero como comentaba al principio de este artículo, recientes acontecimientos nos permiten asegurar que incluso medidas como las de la novela serían acatadas y obedecidas. ¿Habéis visto las ordenadas colas para recibir un poco de comida y agua en los centros de refugiados después de la catástrofe de Tōhoku? ¿La calma y resignación de los refugiados pasando las horas en los pabellones deportivos habilitados al efecto? ¿En qué otro país los habitantes reducirían su consumo eléctrico doméstico dónde nadie les puede controlar? ¿Acaso en España? Yo personalmente lo dudo mucho, porque lo que en nuestro país es normal es pensar “¿por qué voy a joderme yo si el de al lado seguro que no apaga ni una luz de su casa?” mientras que en Japón lo normal es pensar “¿cómo podría ser yo tan desconsiderado de no ahorrar cuando todo el mundo lo está haciendo?”. Por lo tanto, nuestros eucaliptos lo tendrían muy fácil también para llevar a cabo su tercera fase del plan, bastaría con decir a los colectivos elegidos lo que tienen que hacer, y estos lo harían, cayendo en la trampa vegetal como las moscas van a la miel.
Para terminar, y fuera del guión original de este artículo, me gustaría reflexionar un poco sobre una de las preguntas que el autor, Marc Pastor, lanza en cada entrevista en la que habla sobre su libro y define su concepto de “novela pre-apocalítica”: ¿Si se acabase el mundo nos daríamos cuenta? Yo creo que no. Y es que el mundo quizá se podría haber acabado a raíz de los problemas de Fukushima Dai-ichi (al menos para unos cuantos), pero con más o menos razones objetivas, la reacción inconsciente de Japón ha sido básicamente la negación. Hecho que a pesar de todo, es perfectamente humano.
Amadeu Branera
18 de abril de 2011
Cristina
May 13, 2011 at 4:34 pm
Me encanta el teu blog!!! l’he recomanat a gent que sé que està boja pel Japó. Ara només falta que s’ompli de comentaris!!!
Petonets!!!!
Cris
Jill
February 1, 2012 at 6:27 pm
Love the blog
abranera
February 1, 2012 at 6:47 pm
Gràcies, thanks!