A través de su libro Orientalismo, y más concretamente en el capítulo primero, objeto de este comentario, Edward W. Said (1935-2003) nos hizo llegar su definición del orientalismo, en un proceso que investiga tanto en los orígenes, como en el discurso y las consecuencias de esta herramienta que Said llama poder intelectual (Said, p.12 ). El objeto de este artículo es pues, definir el concepto de orientalismo de Said, durante su primera mitad, y ver un ejemplo de su aplicación y su manifestación en una obra de cómic como es Tintín y el Loto Azul de Hergé. Empezamos pues por qué significa orientalismo.
Según el autor, el orientalismo moderno, se remonta al siglo XIX, momento en el que hay un resurgimiento del orientalismo tradicional, aunque este es sólo una nueva fase (la tercera) de un orientalismo previo que aparece con el comienzo del estudio sistemático del oriente que puso en marcha Europa a mediados del siglo XVIII y que, a la vez, tiene un primer origen en las cátedras creadas en Europa sobre estudios orientales en el siglo XIV. Todo este conocimiento acumulado es lo que dará un sustrato a los pensamientos orientalistas de las autoridades coloniales que verán así reforzadas sus posturas hacia los orientales. Hay que añadir además, que una de las motivaciones que impulsaron a los europeos al estudio y la catalogación del oriente durante los siglos XIX y XX fue el hecho de que en aquellos momentos Europa dominaba casi todo el mundo. Según Said, en aquella época occidente no asumía que oriente fuera manifiestamente inferior pero sí que tenía que ser rectificado.
La palabra orientalismo tiene evidentemente su raíz en la palabra oriental, que para los europeos, y dado el uso que de ella habían hecho escritores, políticos y eruditos, tenía un significado mucho más amplio que sólo el significado geográfico, que en sí mismo era eurocentrista, y gozaba de un amplio significado moral y cultural. Me parece importante destacar en este momento, la idea del oriente como oposición a europeo, más que como contrario de occidente. Para poder usar la palabra oriente, uno debe tomar un punto de referencia que en este caso debe ser Europa, pues el oriente tal como lo conocemos sólo está al este de Europa. Podríamos decir, por ejemplo, que Asia está al oeste de los Estados Unidos con lo que ya no sería oriente si no occidente. Sin embargo, englobar toda una mitad del mundo bajo la palabra orientalismo también presenta sus peculiaridades y seguramente tendríamos que considerar al menos, inapropiado que todo el mundo que no es como nosotros sea igual entre sí. En mi opinión este es un hecho que también demuestra eurocentrismo ya que cuando se trata de nuestra mitad del mundo tenemos historiadores especializados en períodos concretos, filólogos que consagran sus estudios a lenguas concretas, etc. mientras que, por poner un ejemplo, un erudito especialista en el estudio de los caracteres chinos y otro especializado en budismo, son al fin y al cabo, orientalistas. De todas formas, este hecho no debe resultar sorprendente a nadie ya que la división entre “nosotros” y los “otros” (Prado, p.14) es algo típico de la raza humana.
Pero bien, volviendo al discurso de Said, es interesante observar como orientalismo y colonialismo se funden en una idea que podríamos equiparar a la paradoja del huevo y la gallina, o lo que es el mismo, tratar de saber qué fue primero, el concepto de orientalismo o el colonialismo, y cómo el uno es anterior o posterior al otro y cómo el uno puede ser la justificación del otro. En una primera consideración y desde el desconocimiento o el conocimiento condicionado o incluso desde un punto de vista lógico, se puede pensar que el discurso orientalista podría ser una consecuencia del colonialismo, una justificación de éste a posteriori mientras que según Said esta idea se articula desde el punto de vista contrario, “Decir que el orientalismo era una racionalización del principio colonial es ignorar hasta que punto el principio colonial estaba ya justificado de antemano por el orientalismo.” (Said, p.10) o lo que es lo mismo, el orientalismo justifica el colonialismo y la ocupación del oriente por parte de las potencias occidentales, en una dominación a través del conocimiento y el estudio en lugar de una secuencia cronológica donde las potencias coloniales empiecen a estudiar el mundo oriental a partir del instante en que lo ocupan y tratan de gobernarlo.
A lo largo de los años los orientalistas fueron edificando un discurso que implicaba la asunción de verdades tales como el hecho de que los blancos fueran superiores y los orientales inferiores. Este punto de partida, fue construido, entre otros hechos, en comparaciones referentes a la mente lógica y analítica de los europeos en oposición a una mente falta de lógica y destinada al caos propia de los orientales.
Llegados a este punto Said profundiza en ejemplos de este discurso que incluso alejados en el tiempo son coincidentes y nos muestran que “El oriental es irracional, depravado, infantil, diferente; mientras que el europeo es racional, virtuoso, maduro, normal” (Said, p.10). Es de justicia decir además que este tipo de definición no la encontramos tan sólo en los ejemplos que nos da Said atribuidos a las opiniones de Cromer o Kissinger, sino que algunas parecidas las podemos encontrar en obras anteriores, como por ejemplo en los textos de González de Mendoza sobre la dinastía Ming o Lord Macartney sobre la China del siglo XVIII.
Todas estas definiciones y opiniones sobre la gente oriental, llegaron a quedar impregnadas de manera tan intensa dentro del discurso orientalista que los que lo afirmaban, ya no usaban demostraciones o ejemplos que apoyaran sus ideas, sino que estas habían logrado el estatus y la consideración de hechos auténticos, lo que demuestra hasta qué punto había llegado la influencia del orientalismo a impregnar las mentes de los eruditos.
¿Y qué utilidad tenía pues este poder intelectual que Said denomina orientalismo? La respuesta es simple, ofrecer una justificación para mostrar una posición de supremacía de la raza blanca sobre los pueblos orientales. Cómo dice Said, el orientalismo se enmarca en un periodo colonial y estemos de acuerdo o no en qué fue primero, si el colonialismo o el orientalismo, no podemos negar su conexión. Así pues, los hombres de estado de los siglos XIX y XX, encontraron en las ideas orientalistas la justificación perfecta para sus ideas intervencionistas.
En este punto Said profundiza en las opiniones que los eruditos orientalistas nos ofrecen sobre las dificultades para el autogobierno que los pueblos orientales han tenido desde siempre. Además los pueblos orientales no son sólo incapaces de autogobernarse sino que además siempre han sido gobernados con mano de hierro por gobiernos despóticos y esto justificaba que ese papel durante el colonialismo lo llevara a cabo occidente. Según Said, además, algunos orientalistas llegaron a afirmar que incluso los pueblos orientales exigían ser dominados por occidente, y como bien expresa Said, la idea era bastante simple “El racionamiento reducido a su forma más simple era claro, preciso y fácil de comprender: hay occidentales y hay orientales. Los primeros dominan, los segundos deben ser dominados” (Said, p.6).
Como hemos visto anteriormente, una de las características de los pueblos orientales según el discurso orientalista es su infantilismo. Esta característica entronca con las ideas sobre la gobernabilidad. Según se nos dice, los orientales no tienen lógica (Said, p.7) y la manera de gobernarlos no es a través de medidas científicas o imponiendo el pensamiento lógico europeo sino comprendiendo las limitaciones y buscando la satisfacción de la raza dominada, de manera análoga a como se haría con un niño. También al igual que los niños, según el orientalismo descrito por Said, las razas dominadas no saben lo que es bueno para ellas mismas (Said, p.8)
El orientalismo, como ya se ha visto, ejerce un papel como justificante de las políticas coloniales e intervencionistas pero además también nos condiciona nuestro conocimiento del mundo oriental en general.
El orientalismo fue estudiado mayoritariamente desde un punto de vista teórico que llevó a los eruditos a una postura según la cual el mundo oriental existe tal y como nosotros lo conocemos y no de ninguna otra manera, hasta el extremo de que el conocimiento de oriente, crea en cierto modo el Oriente. Así pues, las ideas preconcebidas sobre el oriente, consecuencia del orientalismo nos impulsan a ver el oriente con la necesidad de que cumpla nuestras expectativas y demuestre nuestras teorías. Este hecho hace que de igual manera que, como a veces pasa en el método científico, uno busque en el objeto de su estudio aquellos hechos, detalles o características que justifiquen y apoyen las teorías propias, y cuando digo propias no me refiero a las opiniones que uno mismo haya podido edificar en base a una experiencia personal o un estudio objetivo, si eso es posible, sino a las opiniones que uno tiene adquiridas de manera inconsciente después de años de recibir informaciones en forma de estereotipos, y que además en el caso del oriente están impregnadas de orientalismo. Un orientalismo que permeabiliza todo nuestro conocimiento del oriente desde el siglo XVIII y que ayuda a describirlo de una manera que redunde en nuestro propio beneficio e incluso a veces creyendo que es en beneficio del propio oriental (Said, p.39).
¿Pero cómo podemos ver todos estos hechos en las obras sobre Asia? Como dice Said, el orientalismo está impregnando incluso los campos de estudio y ni siquiera los eruditos son inmunes, así que no podemos ignorar que cualquier persona que intentara hablar del oriente, por buenas intenciones que tuviera, tendría muy difícil evitar caer en la trampa. Por ejemplo, pues, he elegido una obra del autor belga Hergé, donde Tintín viaja a China, El Loto Azul. Hay que decir que según parece, fue para escribir esta obra cuando Hergé se documentó por primera vez de manera exhaustiva para intentar rehuir de los tópicos, pero como veremos esto no es siempre posible. El libro fue escrito entre 1934 y 1936 y basa ligeramente partes de su argumento y trasfondo en los acontecientos que sucedieron entre China y Japón entre 1931 y la fecha de publicación del álbum.
Empieza el álbum con el protagonista disfrutando de una invitación en el palacio del Maharadjah de Rawhajpurtalah que ofrece a Tintín un espectáculo a cargo de un faquir. Este faquir se nos muestra como un personaje propio del circo, con una estética desaliñada, haciendo exhibición de sus habilidades y sin ninguna referencia a ningún componente filosófico o espiritual de las cosas que hace, y sirviendo incluso de contrapunto cómico a la seriedad del periodista y el Maharadjah. A continuación es anunciado un visitante que trae noticias de Shanghai para Tintín, y que antes de poder darle el mensaje es objeto de un atentado. A pesar de todo el protagonista decide partir hacia la China.
El faquir Cascapinchos.
Una vez allá y siendo observado sin darse cuenta, Tintín se pregunta cómo contactar con Mitsuhirato al tiempo que el japonés le envía una nota. Encontramos en este momento, un primer comentario curioso en voz del perro de Tintín, que le pregunta a su amo si cree “que los japoneses son buenos” (Hergé, p.6). Como veremos más adelante, dentro de la obra los japoneses son los malos y los chinos son los orientales desvalidos que tienen que ser protegidos y gobernados, en el que creo que es un buen ejemplo del discurso orientalista dentro de este álbum. También en esta página encontramos un episodio donde un ciudadano americano, de nombre Gibbons, choca con el conductor de Tintín y trata de golpearlo.
Tintín defiende al chino, totalmente incapaz de hacer nada por él mismo, según nos da a entender la historia, como consecuencia de la diferencia social, y el ciudadano americano decide dejarlo pasar momentáneamente y refugiarse en un club exclusivo donde, al abrigo de la compañía de otros hombres blancos, podrá dar forma a su discurso orientalista:
¿Adónde iremos a parar si no podemos inculcarles a esos salvajes de amarillos algunas nociones de urbanidad…? Te digo que da asco ya intentar civilizar un poco a esos bárbaros ¿Es que no tenemos algunos derechos sobre ellos, nosotros que les traemos los adelantos de nuestra civilización occidental? (Hergé, p.7)
donde podemos ver condensado en pocas líneas los principales argumentos que defiende Said, la posición de dominador y dominado y la justificación de la dominación en tanto los occidentales son superiores a los orientales y tienen que llevarles el progreso y la civilización.
Continúa después la historia con una entrevista entre Tintín y Mitsuhirato que lo invita a volver a la India argumentando que el Maharadjah puede estar en peligro. En este punto, a pesar de que se nos presenta al japonés como un probable aliado, podemos observar, a través del lenguaje no verbal, que probablemente acabará traicionando el protagonista, una característica que a lo largo de la obra será propia de los japoneses. Al salir de la entrevista Tintín será objeto de dos intentos de atentado y llevado a prisión dentro de la concesión internacional a Shanghai.
Al salir de prisión Tintín recibe un telegrama para volver a la India y una nota para citarse con un personaje misterioso que resulta ser la persona que lo ha salvado ya dos veces, pero que desgraciadamente ha sido envenenado y se ha vuelto loco. Es por eso que finalmente decide coger un barco e irse, no sin que Mitsuhirato vaya al muelle a despedirlo. Aún así al llegar la noche, Tintín es raptado y llevado a la costa donde finalmente nos enteramos de la verdad. Mitsuhirato es un espía japonés que además trafica con opio y hay una sociedad secreta que pide ayuda a Tintín denominada los Hijos del dragón. Juntos y gracias a unas transmisiones interceptadas Tintín se entera de la existencia de un fumador de opio llamado El Loto Azul donde tiene lugar un encuentro aquella misma noche entre Mitsuhirato y un agente extranjero que planean el sabotaje de las vías del tren.
Mitsuhirato denunciando el atentado y atribuyendo su autoría a terroristas chinos.
Nos presenta el autor, en este momento, su visión de la maquinaría de propaganda japonesa que magnifica el sabotaje atribuyendo la autoría a terroristas chinos, y justificando una intervención militar (un hecho inspirado en un acontecimiento real). Mientras tanto, Tintín es capturado por Mitsuhirato que intenta envenenarlo y, cuándo este se escapa, lo denuncia por espía. En estos momentos Tintín quiere huir de la ciudad y es ayudado por el hermano del chófer que había protegido antes. De todas maneras, poco tiempo dura la tranquilidad puesto que, afligido por la locura de su hijo Wang, su benefactor chino, decide volver a la ciudad para buscar un especialista en venenos que pueda elaborar un antídoto. Desgraciadamente, el sabio ha sido secuestrado y Tintín es, en cierto modo, traicionado por las autoridades de la concesión internacional y detenido por los japoneses que lo condenan a muerte.
Tal como están las cosas, otra vez el malvado Mitsuhirato propone una solución a Tintín ofreciéndole la libertad a cambio de que se convierta en espía. Como no puede ser de otro modo, Tintín en su papel de occidental, integro y correcto, rehusa, y, aquella misma noche, será rescatado por Wang. Hay que añadir que, tanto en la entrada de Tintín en la ciudad, mediante la suplantación del General japonés, como en la fuga, con robo de un vehículo blindado incluido, los japoneses son retratados como absolutos incompetentes, incapaces de ninguna de las tareas más elementales que les serían propias de su profesión de militares.
Tintín suplantando al general japonés.
El día siguiente, nuestro protagonista se dirige a pagar el rescate del sabio secuestrado y a medio camino tiene que pararse para rescatar a un chino a punto de morir ahogado en lo que es una nueva metáfora del papel de occidente, dispuesto a salvar a oriente, incapaz de salvarse él mismo. En las siguientes viñetas sin embargo hay un diálogo bastante interesante donde, a diferencia del discurso de Gibbons en la página siete, queda claro que no se trata de la opinión de Tintín sino que este explica la visión que en Europa hay de la China:
[…] muchos europeos creen que todos los chinos son astutos y crueles, que llevan coleta, que pasan el tiempo inventando martirios y comiendo huevos podridos y nidos de golondrina… Esos mismos europeos están convencidos de que todas las chinas sin excepción tienen unos pies minúsculos, y que aún ahora, las niñas chinas sufren terribles tormentos destinados a impedir el normal desarrollo de sus pies. También están convencidos de que todos los ríos de China están colmados de niños chinos que son arrojados al agua en cuanto nacen… (Hergé, p.43).
Finalmente, y con la ayuda del chino rescatado de nombre Tchang, nos acercamos al clímax de la historia. Tintín vuelve a ser acusado, esta vez del secuestro del sabio, pero se escapa y, aunque está herido de bala, vuelve a Shanghai, donde se recupera en casa de Wang. Descubiertos por un lacayo de Mitsuhirato, la familia Wang es secuestrada, y posteriormente, rescatada por Tintín y los Hijos del Dragón que se habían escondido en barriles de opio y descubren que el sabio estaba retenido en el fumador de opio El Loto Azul. Para acabar y como no podía ser de ningún otro modo, en otro estereotipo propio del mundo oriental visto desde occidente, Mitsuhirato acaba haciéndose el hara-kiri.
Como conclusión, podemos apreciar que además de los tópicos y estereotipos presentes a lo largo de la obra, la figura de Tintín se nos presenta todo el rato como el paradigma del occidental racional, mientras que los personajes orientales quedan retratados en unos roles y con unos defectos que se corresponden en gran medida con la tesis orientalista de Said, tanto sea en el papel de dominado como déspota, pero en casi todos los casos personajes poco capaces de cuidar de ellos mismos. Es curioso además que sea un personaje tan joven como la creación de Hergé, el que continuamente ofrezca una figura paternal dispuesta a velar por los orientales desvalidos. Aún así no me gustaría condenar los álbumes de Tintín como herramientas de propaganda europeísta o en este caso concreto como una obra orientalista pero, a lo largo de las páginas de la aventura, lo que si queda patente es que, sea como fuere, el autor sí fue influido por el discurso orientalista que explicó Edward W. Said.
Amadeu Branera
Original en catalán, 22 de marzo de 2009
Revisado y traducido al castellano, 8 de abril de 2011
Bibliografía
- Cranmer-Byng, J. 1962. “An Embassy to China. Being the journal kept by Lord Macartney during his embassy to the Emperor Ch’ien-lung”, en LN (ed), 1793-1794, Lord Macartney’s observations on China, pp. 221-242. Londres, Longmans.
- Foucault, Michael. 2007. “Las meninas” en Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas, Buenos Aires, Ed. Siglo XXI, pp. 13-25
- González de Mendoza, Juan. 1596. Historia de las cosas más notables, ritos y costumbres del gran Reyno de la China. Edició d’Anvers.
- Hergé, 1986. El Loto azul, Barcelona, Ed. Juventud.
- Prado Fonts, Carles. 2007. “Societat. Cultura. Àsia oriental” en Prado Fonts, Carles (Coord.), Societat i cultura a l’Àsia oriental, Barcelona, FUOC, Mòdul 1, pp. 1-27
- Said, Edward W. 1990. “Introducción” en Orientalismo, Barcelona, Ib Jaldun, pp. 19-49 (Consultado en formato .pdf http://www.cholonautas.edu.pe/biblioteca.php)
- Said, Edward W. 1990. “El ámbito del Orientalismo” en Orientalismo, Barcelona, Ib Jaldun, pp. 53-141 (Consultado en formato .pdf http://www.cholonautas.edu.pe/biblioteca.php)
- Sardar, Ziauddin. “El concepto de orientalismo” en Extraño oriente. Historia de un prejucio, Barcelona, Gedisa. pp. 17-32
casinoviembre
May 17, 2011 at 6:38 pm
Una vez lees Orientalismo de Said, te das cuenta que lo impregna todo, incluso obras modernas que sin querer, están cargadas de un terrible discurso poscolonial.
Gracias por el post.
El libro del té de Okakura Kakezō « Cuartillas de un ingeniero humanista
July 8, 2011 at 12:00 am
[…] […] a enseñar, no a aprender” (p.3) como años más tarde haría Edward W. Said en su obra Orientalismo describiendo la visión occidental del oriente: “El oriental es irracional, depravado, infantil, […]
noemi
May 3, 2012 at 12:51 pm
Has expresado con gran acierto la que yo creo que es la mayor trampa del orientalismo, que es el negar la voz a los orientales en los discursos tanto de ataque como de defensa.
abranera
May 3, 2012 at 12:52 pm
Gracias por tu comentario, Noemi.
Maiko (舞妓), aprendiza de geisha | Nipponario
March 29, 2013 at 12:44 pm
[…] japoneses que se prestan a mucha confusión, sobre todo por culpa de los primeros occidentales orientalistas que los tradujeron y explicaron en occidente. Hay que remarcar pues, en primer lugar, que las […]